29. oct., 2014

PROCRASTINACIÓN: EL HÁBITO DE POSPONER.

Se vive con la falsa convicción de que el tiempo es infinito y evitamos conscientemente muchas de las tareas que se perciben como incómodas o desagradables distanciándolas a veces sin límite en el tiempo con los consiguientes efectos negativos que ello conlleva.

Las situaciones pueden ser de lo más cotidiano, por ejemplo, retrasar el momento de reunirse con los compañeros de trabajo o empleados para tratar un tema espinoso, retrasar el momento de pedir un aumento de sueldo o de lo más importante, como por ejemplo, presentarse al examen de acceso a la universidad para mayores de 25 años, operarse de menisco o cancelar un embargo. Por lo tanto, se podría hablar de dos tipos de hábito de posponer. El que pospone aspectos cotidianos y el que pospone aspectos de desarrollo.

El primero atenta contra la autovaloración en clave de eficacia y pasa factura al autocalificarse de ineficaz o desastre al percibirse incapaz de limpiar su casa, atender determinados pagos, pasar la ITV del coche o ir al dentista. En segundo modo de procrastinar repercute en el individuo paralizándolo al dilatar “sine die” en el tiempo finiquitar una relación de pareja tóxica, moderar el consumo de tabaco, reciclar sus conocimientos profesiones con vistas a mejorar laboralmente, etc. Han sido muchos las aproximaciones teóricas al fenómeno de la procrastinación para encontrar un modelo que explique su funcionamiento.

Quizás la más aclamada haya sido la llevada a cabo por William Knaus que mantiene que son la autoduda y la baja tolerancia a la tensión los dos ejes sobre los que se gesta y se consolida este indeseable hábito. Sin embargo, deja fuera en mi opinión, razones mucho más prosaicas y mundanas como posponer algo porque nos pueda dar simplemente la real gana (esto es, pereza) o debido a patologías como la depresión pasando por situaciones de crisis existencial o alienación personal. En esas situaciones, cabe posponer todo a cambio de resolver antes lo que el individuo considera condición sine qua non que esté resuelta antes de pasar a otros asuntos. Por ejemplo, parece lógico pensar que un individuo que esté pendiente de un ingreso en prisión hoy o mañana, posponga comprar arena para su gato. Una de las razones por las que se enquista el hábito de posponer es la mala gestión del tiempo de los procrastinadotes por exceso de autoconfianza. Al confiar excesivamente en las propias posibilidades, una tarea para la que tenemos un plazo de tiempo la consideramos hecha aunque todavía no al hayamos ni empezado.

Procrastinación

Además, cuando ya apenas queda tiempo la sacamos adelante a duras penas e in extremis concluyendo interiormente o bien que “trabajamos mejor bajo presión” o bien que “mira qué resultado he tenido… sin apenas tiempo”, reforzando con ello la probabilidad de que vuelva a suceder. En otras ocasiones es debido a un fenómeno conocido con el nombre de “mente voladora”. Esto es, personas cuyo caudal creativo es tal que son incapaces de dar forma a las ideas que tienen porque sencillamente están constantemente generando nuevas ideas. La efervescencia de una nueva idea es más atractiva que la disciplina que implica poner en marcha la anterior. Un tercer grupo de procrastinadotes lo conforman aquellas personas que tienen tendencia a abarcar más de lo que pueden produciéndose una ruptura en el binomio dedicación-resultados que señala que la procrastinación ha hecho acto de presencia.

Un interesante primer ejercicio es medir la cantidad de gente que se siente identificada cuando oye hablar de procrastinación lo que indica que es una situación extendida lo que nos debe tranquilizar en parte al no ser tan rara avis como creíamos por el hecho de tener dificultades a la hora de sacar adelante en plazo nuestras tareas. En segundo lugar, es igual de interesante saber y tomar conciencia que los procrastinadores son personas normalmente más activas que la media lo que les coloca en los puestos altos del ranking de personas virtuosas. En psicología organizacional, y también en clínica, aspectos como la planificación de actividades y la gestión del tiempo tienen cabida. Los tiempos que corren nos ofrecen un arsenal de posibilidades para paliar significativamente esta situación. Una PDA o el mismísimo teléfono móvil pueden ser si no la solución, de gran ayuda. Y para los antitecnología una agenda de papel al uso bien utilizada desempeña la misma función. Otra solución a corto plazo pasa por el arranque de la realización de la tarea sin nada de motivación con la esperanza de que esta aparezca al ya haberse embarcado en ella y enfrentado a los pormenores de la misma. No en vano sucede muchas veces que nuestro planteamiento mental a la hora de visualizarse emprendiendo tal o cual tarea es de apatía o desgana (incluidas las tareas de ocio) y en cambio al estar desarrollándolas o una vez desarrolladas no nos parecen tan desagradables, incluso, el algunos casos, nos han gustado mucho. Se trata pues de cuestionar ese primer arreón de valoración negativa de la tarea en cuestión, con la tranquilidad de que muchas veces has pensado que no te iba a gustar y ha terminado gustándote, insito, mucho. Sin separarnos mucho de la motivación pero como bolsa de soluciones aparte se encontraría el llevar a cabo una fuerte apuesta por el autocontrol como modus vivendi. En definitiva, autocontrol significa poder aplazar una recompensa inmediata en pos de una recompensa futura de grado superior. Al fin y al cabo, si ya estamos habituados a posponer, no debería de resultarnos muy difícil. Sin embargo, la realidad es que nadie nos ha formado en autocontrol dado que no existe lamentablemente una asignatura en la escolarización obligatoria que verse sobre este tipo de cuestiones. Aprovecho la ocasión para reivindicarla una vez más. Por ello, si nadie nos ha enseñado autocontrol no tenemos por qué dominarlo por lo que, a no ser qué el individuo se preocupe y se forme al respecto, se suele mantener baja la posibilidad de que espontáneamente alguien se tope con un curso sobre autocontrol o se autocontrole motu proprio. Ello explica que dos personas que no han oído hablar nunca de autocontrol sean muy distintas en este sentido: que una se autocontrole y la otra no, por ejemplo. De todos modos, se sabe que muchísimas variables de personalidad y de otra índole están afectando y, por espacio, no son objeto de este artículo. Para aquellos que se reconocen procrastinadores, que han decidido reconducir la situación y que se ha puesto manos a la obra, la mejor opción es la de contar con un control externo para empezar. Es decir, alguien, psicólogo o no, a quien rendir cuentas al respecto de la consecución de los objetivos planificados en la fase anterior ya que, de no ser así, nuevamente estamos antes una baja probabilidad de éxito. Quizá la figura que más se aproxime a este rol es el del recientemente venido a más, coach. En mi opinión, esta situación es una fantástica razón para entablar contacto con el coaching. No quisiera terminar esta revisión sobre la procrastinación orientada hacia la solución, sin dar a conocer una ley aplicable al campo de los hábitos. Es la ley de los veintiún días. Para cambiar un hábito, y la forma más sencilla de hacerlo es sustituyéndolo por otro, se ha de insistir con el cambio veintiún días (tres semanas) para albergar posibilidades de éxito. Es decir, cualquier cosa que hagas durante tres semanas calará lo suficiente en ti como para puedas seguir haciéndola sin esfuerzo. El esfuerzo solo es necesario esas tres semanas. Sabiéndolo uno se anima a ver la posibilidad de cambio como factible y lo pospone menos, o, quizás, nada. Ojala sea así.

Bibliografía: Rodríguez, R. Procrastinación. Psicologos a distancia´.com

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